oh don quijote!

A veces es posible expresar un sentimiento con una palabra. Y lo que siento es odio — un odio intenso. En el horizonte veo al agosto, escalándole pesada- y arduosamente. Aún está por iniciar y ya en él se detectan las señas de la consunción.

Los pocos días que restan para que su arribo son desesperantes. Estoy totalmente cansado de vivir con mis padres; si muriesen no derramaría lágrima alguna — tampoco me daría felicidad. Los dos meses (casi) que he estado con ellos han sido más que suficientes para deprimirme y hacerme pensar en el suicidio. La interacción familiar es lo más bizarra. Todo lo que he presenciado me ha llevado a entender porqué me alejé.

También he podido apreciar pequeños detalles en mí, e.g., porqué el deseo de mantener tanta privacidad. Todo es una reacción a lo que ellos no saben entender ni mucho menos valorar.

Cuando iba a suicidarme en enero 2005, cometí el error de dejar a mi madre entrar en mi mundo — algo tan complejo para tan simple alma — y fue exactamente un error. En un segundo ella destruyó la importancia de los últimos siete meses que había vivido, los más intensos. Era simplemente imperdonable.

Creo ser como mi abuela: un ser solitario, diferente y sensible. El resto de la familia es una historia mundana y francamente, lo mundano es patético. Como dice E. M. Forster, a ‘Mauricio’ le aplaudían no por ser excelente ni excepcional sino por ser ordinario — una reflexión de ellos.

Por mi venas pulsa un deseo por conocer el mundo: quiero viajar. ¡Quiero ser Herodoto! Mi héroe, de menos uno de los pocos.

Oh agosto, acércate, más rápido
Que por tu portal podré escapar
a nuevos horizontes.