Hoy he amanecido feliz, sonriente – una sonrisa en serio abarcando el mar estrecho entre cachete y cachete, entre oriente y occidente. El día ha dado inicio a un yo cantante y energético. De mi boca han escapado frases melódicas y harmoniosas. Tal vez todo se ha dado gracias a una Musa, que como insecto me ha picado, ha inyectado vivacidad en la sangre de mi ser. Y al aire, a todo pulmón he gritado: ¡Soy un reducto de marfil y hueso!
Juan: “Quiero viajar por tu ser, quiero probar a tocar tu imaginación, ser la luz que ilumina tu vida. Quiero jugar a soñar.
“Me fascina a horrores, quiero gritar, el olor de tu cuerpo. ¡Que intoxica, cuya esencia da cuerda a la imaginación! Sos el motor de toda sensación que entorpece, que invade de fortaleza para vivir. Eres pan y agua. Me satisfaces y me dejas vacío.
“A ti crearé un altar donde me dejaré caer. A tu devoción me entregaré. ¡Oh locura! Qué dinamismo. Tengo fe en ti, ateo que soy.”
Pero todo fuego, con el paso del tiempo, pierde su intensidad. La pasión desminuye y sólo queda el recuerdo de aquella intensidad. Tal es la juventud. Nos toma por sorpresa y no podemos pensar en ella, no podemos apreciarla al igual que no podemos pensar, sin llegar a un límite, sobre la mente, porque pensamos en ella usando tal facultad. Así, no podemos pensar sobre la juventud porque la vivimos en el momento. Pero este fósforo arde con tanta fácilidad, que su brillo nos deja anonadados. No, no puede terminar. Es eterno. Y lo único eterno es la Idéa. Y empiezo a dudar la veracidad de esto. Stop!
Pero termina. Y miramos hacia atrás y vemos el reflejo, sentimos el calor de este fuego ahora extinguido. Y tal por cual, mi felicidad terminó. Ahora sólo es un recuerdo de esta mañana fugaz.
Y al igual con la juventud, sólo podemos apreciar la felicidad cuando lo único que nos resta de ella es el recuerdo. Y los recuerdos toman su propia vida. Stop!