seis meses más

El problema de vivir en un gran país, grande en el sentido geográfico, es que nada está al alcance. Cualquier salida se convierte en una odisea de horas, toda una novela épica.

Me gustaría viajar a una ciudad, dejar de respirar este aire que me mata. La tristeza se vuelve más fuerte en esos días o momentos en los que no tengo nada que hacer. Entonces es cuando el deseo por un cambio arde en mi mente; el cambio más insignificante sería bien recibido. La rutina de montar las colinas y consumir con el sentido ocular la ciudad, una cosa a la americana en miniatura, ya no satisface. No, esta ciudad – pero aquí otorgan este término medieval a cualquier asentamiento humano – no es una concentración de rascacielos que levantan sus brazos a las alturas más fantásticas. No, esto es una extensión terrestrial sin imaginación.

Tomaría un poco más de cinco horas en regresar a San Francisco – en avión. Qué fantástico esto de la tecnología que reduce lo que normalmente tomaría dos días en 5 horas.

Ahora, falta poco para que termine este año; para que concluya como el anterior y el posterior. Quizá pase todo tan rápido y como un parpadeo, concluya lo que falta por vivir de esta etapa sórdida.

Por ahora, basta decir un simple adiós. Es hora de descansar y desénchufarse del caos imaginario y real que ronda mi cabeza. Quisiera vacierla de todo pensamiento y dejarla vacía. Quizá esto es lo que es perder la cordura; la mente pierde la abilidad de guardar los pensamientos, es simplemente un nexus.

Pero qué, después de todo, no es la locura un acto más? Es una ficción teatral. La audiencia, compuesta de todos aquellos que rodean al loco, a este actor fantástico, se traga el cuento. Él se entrega en cuerpo y alma a su público. A través de risas y carcajadas ellos esconden su miedo y su confusión pero sobre todo el miedo; el temor de perder la cordura, el sí.

Y el loco se ríe. No se ríe porque está perdido en la locura. No, él ríe porque su cuento es creído.


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