confesión

Después de un paréntesis, un susurro que ocupa un instante insignificante. Un punto al final de una obscura oración perdida en un párrafo prolijo e infinito.

He leído que la vida de un ser humano es tan insignificante en el curso de la eternidad, un parpadeo. Entonces, la existencia podría resultar ser una ilusión ontológica, un error de los sentidos.

Apenas siento, percibo mi conciencia. Me creo atrapado dentro de un entorpecimiento, estado patológico que se podría caracterizar como un coma. Tan fatal ha sido el ennui de los últimos tres años para mi espíritu, aburrimiento que resulta de estar en un mundo de grises, verdes y rojos agotados. El estancamiento no inspira la innovación, — y me permito por sólo esta vez el uso de esta palabra que expresa un concepto tan absurdo, trillante, exasperante —el progreso. Claro, el progreso no existe. Es un mito, un labor de Sísifo: absurdo.

Nietzsche al romper con Wagner declaró que la música del compositor era un asalto contra los sentidos. La vida a veces resulta ser una inundación de experiencias que atacan todos los sentidos y dañan la imaginación.

Aún no me recupero de este asaltó que sufrí. El paréntesis termina. El silencio regresa. Ahora.


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