Supongo que me habíais creido muerto. Lo estuve — fue una metamorfosis fácilmente lograda como cualquier otra transmutación — y ahora he regresado, un eco percoloso que emerge a la superficie: he trascendido.
El silencio se ha debido a una perdidad lingüística — perdí la habilidad de exteriorizar mi ser: todo aquello que pienso sentir. No sabía cómo componer frases expresivas; frases complejas y honestas. No me bastaba con decir ‘tengo hambre’. Este gesto verbal y prosaico era inferior a la expresión gesticular. ‘Tengo un ardor infernal en la boca de mi estómago que se expande y contracta, es un dolor intenso y exagerado que no me deja ni dormir ni pensar. Esta sensación se ha vuelto en un alcázar de rocas prehistóricas en la cual me pierdo en el vacío que resta detrás de ella’.
No he recuperado la capacidad lingüística y por ello no me cabe duda alguna que sufriré una recaída más al cerrar mis ojos esta noche. Entonces otro silencio — será la habitud.
Aparte: no quiero expresar mi tristeza. Sé ahora que nunca seré feliz, que mi vida será una novela à la Proust: aburrida, insípida, monotóna y sobre todo, lamentablemente y excesivamente larga.
Hay muchas cosas que he aprendido a sacrificar a través de mis 2— años de vida. Con lágrimas en los ojos decía adiós. Todo viaje empezaba con la noción de que terminaría. Y me sentía extremeser; deseaba la muerte, transformación que sin duda alguna, traería el descanso emocional que necesitaba. Mas, no puedo dejar de anhelar la nieve que cubría la faz de aquel pueblo insignificante extirpado de la realidad americana. Extraño sus mejillas color chocolate transformadas en algo mágico y fantasioso a través del transcurso de la noche. Abría mis ojos a un nuevo mundo blanco y puro. Sentía flotar.