Ayer mientras ascendia y descendia colina tras colina, colinas cubiertas de árboles en parálisis, estancados en un instante de hibernación, brazos estrechados dándose a acariciar por los rayos del sol, he visto un animal. Inmediatamente me dí a la tarea de perseguirle; me volví en cazador. El animal, un roedor gris que fantásticamente había aparecido desde lo prehistórico, corría con toda velocidad, sus pequeños mas ágiles pasos seguramente produciendo un violento sonido sobre el mosaico de ojas sobre la tierra. Y digo seguramente ya que sólo podía oír la tormenta túrbida de mis pasos, fuerte ruido mezclado con el de ramas dando lugar a mi cuerpo. Luego mis gritos febriles, llamando al perro.
Todo era surrealista y al instante me ví convertido en lo que soy: alguien de la gran ciudad. Y mis temores me consumieron, mi humanidad me reconquistó. Lo irónico se predicó: ¡yo quien se consume por su terror a los roedores tras los pasos de uno¡
Y me detuve. No supe si reír o llorar. Decidí seguir mi marcha por las colinas – con cada paso formando una idea de la topografía de este lugar. El perro, un perro negro de ojos color chocolate que brillan más cuando tuerce su cabeza tratando de entender este mundo silencioso – en sus ojos se descubre el deseo humano de entender, aquello que llamamos curiosidad – al final me ve y viene tras de mí.
Este lugar es muy distinto a todo lo que he conocido. Es la imagen de todo aquello que en las grandes ciudades creemos existir en nuestras pesadillas. Es un mundo totalmente aparte, otestensiblemente sin conexión, una desconexión eterna y coherente. Es una experiencia más. Me gusta: las carreteras de curvas infinitas.
Me despido que me marcho a caminar por el bosque, escuchando canciones que me recuerdan a los 70s. Es tiempo de rivir el pasado – de inventárme un nuevo pasado. Soy el hombre mágico.